Y ella lo vio alejarse, llevando con él todo lo que en
algún momento fueron juntos.
Casi parecería ayer cuando
los ojos de ambos coincidieron al encontrarse bajo un atardecer, en la orilla
del risco. Era doloroso ahora voltear al pasado, recordar las sonrisas tontas y
apenadas que se lanzaron los dos, mientras trataban de controlar lo sonrosado
de sus mejillas. No podía diferenciar el día de la noche en esa puesta de sol.
En silencio, se limitaban a ver, a suspirar y a imaginarse lo suficientemente
valientes para tomar la mano del otro.
Una lágrima resbaló por su
mejilla, la pálida cara se veía desolada al esperar que él diese la vuelta,
regresara y la tomase en sus brazos.
Pero eso no pasaría.
De hecho, no sabía lo que
estaba haciendo ahí parada. La silueta de la persona más especial en su vida
iba desvaneciéndose en la niebla de la noche, se alejaba cada vez más… se
alejaba para ya jamás volver.
¿Y dónde quedaban los
versos, los secretos, la suave caricia apenas existente hace dos lunas y el
único beso antes de su adiós?
Se quedarían en una libreta.
El único testigo de lo que no fue, de lo que se soñó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario