jueves, 7 de febrero de 2013

Tres Cartas y Once Relatos


“El tiempo pasó y él no regresó”.
    No sé qué duele más. Suelo en las noches sentarme junto con mi soledad y tratar de descubrir su origen. No sé ahora dónde quedó mi verdugo (el dolor mismo). Desapareció, eso creo. O no soy capaz ya de sentirlo, lo cual también me preocupa…
Me hace sentir muerta.
Un muerto no siento, eso se dice por ahí. Descansa en paz, porque ya no hay dolor, tampoco alegría. Ya no hay nada. No soy capaz de comprobarlo, pero al menos estoy segura de que todos sentimos, aunque sea una vez. Aunque sea una brisa.
La brisa; aquella caricia invisible a los ojos.
    Era otoño si mal no recuerdo. Las hojas de los árboles se mecían hasta el suelo, nosotros caminábamos mientras el cielo se oscurecía en un tono que recordaba al de las mandarinas. También se veía matices rosas y violetas: la noche estaba próxima. No sé si él también admiró  el cielo, yo me decidí por conservar hasta el detalle más pequeño en la mente.
El clima era fresco caída al fin la noche. Me rodeó con sus brazos. Nunca antes sentí calor igual. Sabrá Dios cuántas cosas dije, no logro recordar los temas de conversación. Reíamos, olvidamos el mañana. Al fin comprendí qué es vivir el <<hoy>>.  Ciertamente, estaba ocupada siendo feliz.
¿Qué más puedo decir acerca de aquel día?
Me parece increíble  que sólo fuese un día. Podrían haber sido semanas, o una hora de sueño. Es difícil acomodar un tiempo coherente, cuando los sucesos no tienen sentido aparente. Incluso podría haber sido menos tiempo. ¿Quién sabe? Lo que fuera, ahora soy creyente de la eternidad.
Llegó un momento, cuando me besó una vez, y otra, y otra, y otra, en que le pregunté:
“— ¿Acaso planeas darme todos los besos que ya no me darás?”
No respondió. La biblioteca se volvió más silenciosa y yo escuché el latido de nuestros corazones, lo que me confirmaba que estábamos vivos.
“Aún estábamos vivos”.
    En aquel otoño llovió. Tuve frío y volvió a abrazarme. Nuestras manos se entrelazaban con tal naturalidad que apenas notaba la diferencia entre las dos. La gente a nuestro alrededor poco importaba.
Recuerdo que recité un verso, vi sus ojos y me encontré hermosa en ellos. Un verdadero hombre es aquel que hace sentir bella a una mujer sólo con su mirada.
Vaya, vaya… continúo suspirando.
    Al día siguiente, fui yo quien dijo el primer “hasta pronto…” (no creo que fuesen las palabras correctas), él me respondió con un adiós mudo. Fui fuerte.
No tuve las agallas de verlo partir. Di media vuelta, con la mirada baja. Entonces, cuando escuché mi corazón romperse, supe que ya no estaba. Se había ido.
¿Quién marchó primero? Quien olvidó, tal vez. Marcharse hasta de los recuerdos es…
    Anduve firme por el camino contrario al suyo. Regresé unos instantes a la biblioteca. Le faltaron más besos. No sé si decida volver a recuperarlos. Pienso que él olvidó, él se fue realmente. Ahora yo cuento nuestra historia a todo aquel que quiera escucharla, con la esperanza de que llegue a sus oídos y recuerde.
O con la esperanza de, por mi parte, no olvidar. Sería triste vivir en la amnesia.
Todavía falta un millón de oyentes más.
Como sea, el dolor ha disminuido hasta desaparecer, y lo extraño, y se terminó mi taza de café. 

    No sé en cuántos trozos partí su corazón, pero él partió el mío en tres cartas y once relatos.
 

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