domingo, 17 de febrero de 2013

Ojos cerrados; oídos tapados


Yo sólo cierro los ojos cuando el sueño me vence, y eso tarda mucho en pasar. No me gusta caminar a ciegas. Odiaría no ver directamente el rostro de quien me patea. O la flor que será capaz de alegrarme un día; el nuevo camino que elegiré a continuación.
Narraré una historia que me hizo pensar en ello.
Curiosamente, estaba yo leyendo un cuento, cuando se efectúo otro ante mis ojos.
>> Érase una vez, una joven ni fea ni bonita, una joven más que creía valer menos a la ropa que llevaba puesta. Iba vestida, a propósito, como una mendiga, lo que “bajaba” todavía más el valor de sí misma.
>> Desde que tenía memoria, desde que comenzó a hablar y escuchar, se sentía completamente degradada. Ya encontraba normal la violación hacia su persona. ¿Qué otra cosa podría recibir una inútil como ella? Los golpes e insultos eran para que no olvidara su naturaleza, eran parte de su vida cotidiana. Le imposibilitaban olvidar.
>> Le imposibilitaban huir.
>> No le era fácil encontrar la alegría, así que pronto dejó de buscarla. No la conocía, ¿cómo saber cuándo estuviese frente a ella? Al final, terminó por creerse cada palabra que oía.
>> “Inútil”; “ramera”; “estúpida”.
>> Cuando alguien le pegaba, cerraba sus ojos y aguantaba cada golpe en un silencio sepulcral. Ni siquiera su llanto provocaba ruido. Su corazón también pudo haber quedado en silencio de proponérselo, pero cobarde hasta ese punto. No pudo.
>> Al terminar los golpes, ella secaba sus lágrimas y continuaba con su vida –si es que a eso le podía llamar vida.
>> Así sucedía, sin embargo, apareció otra joven que vio uno de estos repetidos episodios. La joven estaba leyendo, cuando vio todo. El todo de cada día.
>> La desconocida, con interés no disimulado, preguntó:
>> — ¿Por qué cierras los ojos?
>> — Para no verlo y tapo mis oídos para no escucharlo —respondió, pues era un hombre quien la golpeaba. Imaginó la desconocida que se trataba del marido, pues era muy joven para ser su padre.
>> — Pero él sigue ahí y los moretones no desaparecen y los insultos los sigues escuchando dentro de ti. Ni siquiera necesita él proferirlos.
>> Con el libro bajo su regazo, la desconocida la miraba, acusadora. ¿Otra persona más que la llamaría inútil?
>> — …
>> — ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que, por más cerrados que estén nuestros ojos, no puedes hacer a alguien desvanecerse –o regresar-? —insistió la del libro.
>> Sin embargo, la muchacha golpeada, no respondió. Cerró los ojos y tapó sus oídos.

lunes, 11 de febrero de 2013

Y ella lo vio alejarse



Y ella lo vio alejarse, llevando con él todo lo que en algún momento fueron juntos.
Casi parecería ayer cuando los ojos de ambos coincidieron al encontrarse bajo un atardecer, en la orilla del risco. Era doloroso ahora voltear al pasado, recordar las sonrisas tontas y apenadas que se lanzaron los dos, mientras trataban de controlar lo sonrosado de sus mejillas. No podía diferenciar el día de la noche en esa puesta de sol. En silencio, se limitaban a ver, a suspirar y a imaginarse lo suficientemente valientes para tomar la mano del otro.
Una lágrima resbaló por su mejilla, la pálida cara se veía desolada al esperar que él diese la vuelta, regresara y la tomase en sus brazos.
Pero eso no pasaría.
De hecho, no sabía lo que estaba haciendo ahí parada. La silueta de la persona más especial en su vida iba desvaneciéndose en la niebla de la noche, se alejaba cada vez más… se alejaba para ya jamás volver.
¿Y dónde quedaban los versos, los secretos, la suave caricia apenas existente hace dos lunas y el único beso antes de su adiós?
Se quedarían en una libreta. El único testigo de lo que no fue, de lo que se soñó.

jueves, 7 de febrero de 2013

Tres Cartas y Once Relatos


“El tiempo pasó y él no regresó”.
    No sé qué duele más. Suelo en las noches sentarme junto con mi soledad y tratar de descubrir su origen. No sé ahora dónde quedó mi verdugo (el dolor mismo). Desapareció, eso creo. O no soy capaz ya de sentirlo, lo cual también me preocupa…
Me hace sentir muerta.
Un muerto no siento, eso se dice por ahí. Descansa en paz, porque ya no hay dolor, tampoco alegría. Ya no hay nada. No soy capaz de comprobarlo, pero al menos estoy segura de que todos sentimos, aunque sea una vez. Aunque sea una brisa.
La brisa; aquella caricia invisible a los ojos.
    Era otoño si mal no recuerdo. Las hojas de los árboles se mecían hasta el suelo, nosotros caminábamos mientras el cielo se oscurecía en un tono que recordaba al de las mandarinas. También se veía matices rosas y violetas: la noche estaba próxima. No sé si él también admiró  el cielo, yo me decidí por conservar hasta el detalle más pequeño en la mente.
El clima era fresco caída al fin la noche. Me rodeó con sus brazos. Nunca antes sentí calor igual. Sabrá Dios cuántas cosas dije, no logro recordar los temas de conversación. Reíamos, olvidamos el mañana. Al fin comprendí qué es vivir el <<hoy>>.  Ciertamente, estaba ocupada siendo feliz.
¿Qué más puedo decir acerca de aquel día?
Me parece increíble  que sólo fuese un día. Podrían haber sido semanas, o una hora de sueño. Es difícil acomodar un tiempo coherente, cuando los sucesos no tienen sentido aparente. Incluso podría haber sido menos tiempo. ¿Quién sabe? Lo que fuera, ahora soy creyente de la eternidad.
Llegó un momento, cuando me besó una vez, y otra, y otra, y otra, en que le pregunté:
“— ¿Acaso planeas darme todos los besos que ya no me darás?”
No respondió. La biblioteca se volvió más silenciosa y yo escuché el latido de nuestros corazones, lo que me confirmaba que estábamos vivos.
“Aún estábamos vivos”.
    En aquel otoño llovió. Tuve frío y volvió a abrazarme. Nuestras manos se entrelazaban con tal naturalidad que apenas notaba la diferencia entre las dos. La gente a nuestro alrededor poco importaba.
Recuerdo que recité un verso, vi sus ojos y me encontré hermosa en ellos. Un verdadero hombre es aquel que hace sentir bella a una mujer sólo con su mirada.
Vaya, vaya… continúo suspirando.
    Al día siguiente, fui yo quien dijo el primer “hasta pronto…” (no creo que fuesen las palabras correctas), él me respondió con un adiós mudo. Fui fuerte.
No tuve las agallas de verlo partir. Di media vuelta, con la mirada baja. Entonces, cuando escuché mi corazón romperse, supe que ya no estaba. Se había ido.
¿Quién marchó primero? Quien olvidó, tal vez. Marcharse hasta de los recuerdos es…
    Anduve firme por el camino contrario al suyo. Regresé unos instantes a la biblioteca. Le faltaron más besos. No sé si decida volver a recuperarlos. Pienso que él olvidó, él se fue realmente. Ahora yo cuento nuestra historia a todo aquel que quiera escucharla, con la esperanza de que llegue a sus oídos y recuerde.
O con la esperanza de, por mi parte, no olvidar. Sería triste vivir en la amnesia.
Todavía falta un millón de oyentes más.
Como sea, el dolor ha disminuido hasta desaparecer, y lo extraño, y se terminó mi taza de café. 

    No sé en cuántos trozos partí su corazón, pero él partió el mío en tres cartas y once relatos.
 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Bufón



    ¿Qué hizo el mundo de ti? —pregunté.
Si yo viese a través de las capas, si pudiera adivinar la vida anterior de la gente –de la que tiene una vida anterior- diría que éste vagabundo fue un rey.
Mi voz no fue alta, pero lo despertó luego de formular mi pregunta. Lo que vi en su mirada fue el mar –muy alejado de donde me encontraba- profundo, aunque sus ojos no eran azules.
El corazón se me conmovió. Yo, que me creía una piedra –cuando no te encuentras, es difícil preocuparte en encontrar a alguien más- aquí estaba, sintiendo que me derretía ante esa mirada llena de dolor, de desolación y de compasión.
Quizá lo que me golpeó con mayor fuerza, fue la compasión.
¿No debería ser yo quien lo compadeciera a él?
    ¿Qué hice yo de mí?
Comenzó a llorar ahora sí. Vi el mar y yo fui la lluvia. Nunca antes había acompañado las lágrimas de un desconocido. Sin embargo, lo hice. No sabía la razón de su dolor, pero no necesitaba ser muy experimentada para darme cuenta que no cualquier humano es capaz de soportar agonía igual sin enloquecer, sin morir justo después.
Me pregunté si charlaba con un muerto, pero lo vi vivo.
Tan vivo, que sufría.
¿Se puede vivir con mayor intensidad a cuando se siente dolor?
Su rostro se limpió un poco. Pensé en la imagen de un payaso triste, de un bufón que se esconde para llorar luego de haber hecho reír a la corte completa.