No, no puedo. No puedo mencionar tu nombre.
Soy una cobarde. Una cobarde que
está a punto de expresar sus miedos, deseos, sueños y anhelos siempre callados
por la razón.
¿Qué sería de mí si no escuchara la vocecita avisándome de
las cosas estúpidas?
No sé desde cuando llevo
amándote, sólo un día desperté, me crucé con tu rostro y supe que anhelaba
sentir una caricia de tus dedos. Me pregunté cómo sería yacer en tus brazos,
morir en la adicción de aquellos labios tan fríos y encontrarme en esos ojos
que parecen tener el mundo controlado.
Rezo por el momento de ver mis
fantasías cumplidas.
Cada noche me hace anhelarte más.
Un abrazo. Una caricia. Un beso.
Una charla.
¿Podré encontrar mi mirada
perdida en la tuya? ¿Me veré reflejada en aquellos ojos?
Sin embargo, tal parece ser, me
harás creer que todo lo imaginé. Que nunca nos encontramos a solas, que nunca
me sonreíste, nunca acariciaste mi rostro ni estuviste a poco de besarme. La
realidad es más fuerte que nuestras hermosas memorias. Y tú disfrutas
enterrándome espinas en el cuerpo que te he ofrecido.
El cuerpo que permanecerá privado
de tu calor.
Esta nevada con alma seguirá
soñándote, seguirá escribiéndote. Esperará ver una primavera florecer en ella
–en mí- y morirá antes de ver el fin de
la estación.
La suerte nunca ha estado de mi
lado.
Sé feliz, por favor. Si ella te
hace sonreír, si sus sueños valen más que los míos, si encuentras la verdadera
alegría al estrecharla entre tus brazos, te lo suplico, continúa haciéndolo.
Ignora los trozos de mí esparcidos en el suelo. Ni siquiera sé si en algún
momento tuvieron importancia para alguno de los dos.
Perdóname… si no sonrío. Ya estoy
acostumbrada a ver desaparecido cuanto llego a amar, pero eso nunca disminuye
el dolor de haberlo perdido sin tenerlo.
Me has envenenado con la espina
de aquella rosa, prometiendo besarme mañana. He de conformarme con ello.
“Mañana”.
Mañana será hoy y el hoy no será
mañana…
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