lunes, 18 de marzo de 2013

De heridas y sangre.



Mi sangre cae en forma de palabras.
¿Es sangre? No lo sé. La sangre es roja, es húmeda… éstas palabras podrían estar rojas, pero las veo negras. Quizá he perdido la noción de los colores, la noción del tiempo, la noción de mí y la noción de él.
Cuando el papel termine teñido de mi herida, seguramente habré muerto ya.
Me hipnotiza el desgarro de mi pecho; las frases brotan como si me nacieran de la piel.
El silencio y las lágrimas arden poco menos a sus últimas palabras. Le otorgan dulzura al dolor; estoy enferma… Ahora vienen las alucinaciones…
Nos veo juntos.
¿O acaso son recuerdos?
Creo que mi herida echa pus… no, sólo expulsa verdades. Soy alérgica a ellas.
…gemido… ¿Suspiro o expiro?
Ya no importa.

viernes, 8 de marzo de 2013

Libertad


Estiré mis brazos, como si quisiera alcanzar las gaviotas que sobrevolaban metros arriba. Por un momento, cuando el oleaje se hizo más rudo, pensé que sería arrastrada a las entrañas mismas de mi consejero amigo, pero no fue así. Luego de una breve tempestad que duró menos de dos minutos completos, se relajaron las aguas y regresé a la orilla.
Asombrada, vi las huellas de mis pies.
No eran humanas… eran las de un ave.
Observé mi cuerpo. Mis ropas llegaron en la próxima ola y quedaron ahí, empapadas. La libreta estaba lejos del agua. Me acerqué a ella en pasos lentos, era igual a dar pequeños saltos. Mis ojos fueron capaces de ver todo a su alrededor, una vista de 360 grados.
Parpadeé un poco. Un par de turistas se distinguían a lo lejos. ¿De verdad estaba volando?
Sin importarme nada, ni siquiera mis memorias, corrí y alcé el vuelo.
Estiré mis alas… planeé.
He de decir que volar es una experiencia inigualable. El viento te acaricia sin importarle tu origen. Tú mismo olvidas las preocupaciones y te concentras en volar más alto. Cada vez más alto.
            Mis alas fueron de color blanco. Volé encima del mar, éste se vio más azul para mí y alcancé a ver mi reflejo en sus aguas. Un ave, no muy grande, con alas igual a la nieve y los ojos más humanos que nadie ha poseído. Creo que ni siquiera en mi paraíso fui tan feliz.
Quisiera volver a ser un ave…
He escuchado tanto sobre la libertad y nunca supe cómo describirla, mas ahora, le puedo otorgar la forma de los sueños. Nunca se es más libre a cuando se sueña. Porque no hay límite.
Piensen en mí… soñé que era una gaviota.

lunes, 4 de marzo de 2013

El Final

>> Érase una vez –casi todas las historias inician así-, un conjunto de relatos o cuentos. ¡Muchos! Formarían un libro. Todos llevaban por protagonista a un mismo hombre y mujer. Una mujer, quien narraba sus vivencias. Aunque sin nombre ninguno de los dos. (Los nombres son peligrosos, si no los sabes utilizar, es mejor no hacerlo.)
>> Los cuentos los escribía una escritora anónima. Su mano envejecía tras cada palabra. Igual a si dejara la vida en el papel. No era consciente de esto, pues siempre creyó ver su piel sin cambio alguno.
>> Y así, escribió y escribió. Y así, vivía y vivía.
>> Pronto, sólo se dedicó a escribir. Poca importaba ser o no leída.
>> Pero, lo que la escritora no sabía, era que la tinta de su pluma estaba agotada, desde antes incluso de plasmar la primera letra.
>> Su deseo de preservar aquella historia para siempre, no sería cumplido. Porque los recuerdos no desaparecen y, a pesar de su constante presencia, siguen sin ser reales. Intocables. No eran reales para ella; nadie los compartía.
>> Un buen día, notó la noche. Notó su piel fría, la oscuridad en la habitación, la soledad en su lecho… Leyó las hojas en blanco, vio un jarrón sin flores. El otoño ya había terminado milenios atrás. El silencio hacía de música. Una música muy triste. Vio sus ropas viejas, sus cabellos largos y entrecanos.
>> Entonces, soltó la pluma. Encontró la tinta en sus lágrimas. La pluma cayó al suelo, ahí rodó hasta perderse debajo de la cama. No se preocupó en buscarla.
>> La escritora se levantó para acostarse. Cerró sus ojos con un suspiro agotado.
>> Cuando despertó, ella no volvió a escribir de él.