martes, 3 de septiembre de 2013

Cacofonías



Ocasionalmente, apenas sin notarlo, comencé a fumar. Después del cigarro que él había dejado, vinieron otros tantos más. Lo hice mi vicio. Dejé los prejuicios a un lado, y me animé a encender otro en la soledad que se volvió mi compañera.
“Cuando el sonido de la música, o del silencio, es mayor al de mis pensamientos, disfruto más del tabaco, porque me recuerda a ti.”
El tiempo pasaba. El manuscrito en la mesa estaba ya terminado. Un día tras otro era arrancado del calendario, y mentiría si dijese que había dejado de extrañarlo. Si era posible, lo extrañaba todavía más. Veía los árboles mudar sus hojas, quedarse desnudos, vestirse después de colores;  veía bailar a la luna, veía empolvarse mis recuerdos, o confundirse con el humo.
También se secaron mis lágrimas, pero no dejaba de extrañarlo. Ya me había vuelto adicta a la tristeza.
Inevitablemente, regresaba al monólogo:
“Seré sincera. Fumo únicamente tres veces al día, mientras la pregunta ‘¿por qué te marchaste?’ flota en el aire. Estoy sola y hasta ahora no he encontrado la respuesta.”
Amanecer, ocaso, y anochecer, son los momentos más tristes de un día, y también los más hermosos.
“¿Sabes? No es fácil. Después del tercer cigarrillo y el tercer amante, te das cuenta que una caricia no borra otra.”
Un beso tampoco.
Siempre me habían gustado las canciones largas con un ritmo melancólico, aquellas de letras que duelen. Los que me conocían no entendía, no entienden, por qué disfruto tanto con ellas si sólo me laceran más.
A veces, es agradable encontrarle placer al dolor.
“No digas más, por favor, tu silencio –tu ausencia- ha dicho lo suficiente.
¿Gustas un cigarrillo? ¿No? Hazme el favor entonces de regresar por donde has venido, y no olvides llevar contigo mi efímera esperanza, y mis estúpidas letras; no las quiero leer otra vez.”
A prudente distancia, como si pudiese quemarme, observé el libro casi acabado (tenía la certeza de que “algo” más le faltaba, pero no podría decir qué), que ya tenía contrato editorial. El libro, la historia que llegaría a mil manos, que sería leída y compartida, tal vez sin fin.
    Un sueño nunca sustituye a otro.
“Espera, sólo déjame los recuerdos. No los necesitas. Hoy he decidido servirme una taza de perfumado café y me gustaría acompañarlo. Unos recuerdos con forma de galletas serían excelentes. Tal vez, le agregue incluso tres cucharaditas de pasión enfriada, pues no le sentarán nada mal para el sabor.”
Terminé de fumar el cigarro, miré hacia el cielo: acababa de anochecer. Para no romper la costumbre, pregunté:
    ¿Por qué te marchaste?
“Una rebanada de insomnio estará deliciosa, apenas lo pensé. ¿Te apetece acaso?”