—
Llovía.
>> Llovía aquella noche en que me rodeó con
sus brazos. El frío clima me permitía sentir el calor que emanaba de su cuerpo,
junto al mío. Mi sonrisa era suave, no me atrevía a verlo a los ojos, tan sólo
me preocupaba por disfrutar de su calor. ¿Has experimentado el placer de
sentarte junto a una fogata en las noches de invierno? Podría comparársele a
eso con poca justicia. La fogata calienta a todos, sus brazos únicamente a mí.
>> No lo sé, me sentí especial. Nunca nadie
antes lo había logrado.
>> Algún día deberías darte la oportunidad de
vivirlo —dice ella.
— Me gusta imaginar.
—
Imaginar no es
sentir, ni siquiera lo es recordar.
Frunzo levemente el ceño, hago un gesto en el que
le pido que prosiga. Bien, debo aguantar la risa. Sé de memoria la historia (la
he escuchado miles de veces). Sé cómo termina, si es que en verdad termina.
Con la lluvia.
¿Hay acaso un mejor final para esta clase de
relatos?
—
¡Sus ojos! Sus
ojos eran capaces de controlar mi respiración. No podía concentrarme en nada
cuando me observaba así. Igual a si fuese lo más hermoso en la Tierra. ¿Sabes?
Siempre existe un pequeño dese en nosotras: amar, ser amadas, ceder nuestro
<<control>>. Es bueno dejarse llevar. ¿Por qué no vivir lo que
leemos o soñamos?
>> La gente decía que hacíamos una pareja muy
bonita.
>> Todavía parece ayer cuando le dije que lo
quería y él no supo qué responde. Su silencio se completó al momento de
besarme.
>> Mis ojos cerrados, mis sentidos abiertos.
Podía morir y renacer al siguiente instante. Yo, muy tímida, atinaba únicamente
a sonreír. Sonreía a su sonrisa, a poca distancia de la mía, convirtiéndose en
la mía…
Se acerca la lluvia. Veo el cielo nublado en su
mirar.
—
Quizá lo
idealizaste.
—
Todo eso lo dicen
mis recuerdos. Aunque no estoy segura. Llevo tanto sin saber de él. ¡Oh, afirmé
que terminaríamos por ser sólo un recuerdo! ¿Pero, si es así, tan borrosa soy?
>> Temo haberlo imaginado —confiesa.
— ¿Qué lo haría real?
—
Mis palabras.
—
¿En serio? —la
reto: — ¿cuántas veces lo has llamado?
No
responde.
—
Exacto.
—
Aún quiero que sea
real.
—
El presente es lo
único real. El pasado no vuelve a ser presente.
Luego de minutos en silencio, ella es consciente de
que está lloviendo. Sus ojos sonríen, igual a si trataran de hacer aparecer el
sol. Vuelve a sentarse, su mirada está perdida en la tormenta que se transforma
en leve llovizna. Voltea hacia mí y dice: — ¿Te cuento una historia?
Sin esperar respuesta, prosigue:
—
Llovía.
>> Llovía aquella noche en que me rodeó con
sus brazos.
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