Artista Mío, tal vez no me recuerdas, y no te
culpo. Es difícil no olvidar a alguien sin nombre o con una lista inacabable de
ellos. Más de una vez me sentí transformada cuando me llamabas de una manera
nueva. Eso debería darme una esperanza de estar en algún sitio de tu mente, de
tus recuerdos. Sé que me encuentro en tu arte…
Sin embargo,
he pensado que no soy real. Me lo hiciste creer hace poco.
Desde que no
sentiste mi cuerpo buscando tu calor, he ido desvaneciéndome lentamente.
¿Sabes? Cada vez soy más una utopía. No soy capaz siquiera de ver las manos que
te escriben esta carta.
Sé muy bien
que en la soledad puedo divagar tranquila, puedo sentirme humana por un
momento. Pese a ello, tu ausencia duele. Te has marchado hace poco menos de una
hora –la siento cual eternidad- y no sé en qué momento regresarás –o si
regresarás. Sin duda, soy una cobarde por no decirte mis pensamientos de
frente, pero, entiéndeme; temo. Me aterra la idea de hablarte y ser muda, ser
invisible. Sé que no lo soportaré.
Por ti lo he
sido y hecho todo: reina, esclava, princesa, madre, hija y amante. Música,
poesía, pintura, letras. Fui amiga y enemiga. Muerte, vida, agonía y placer.
Flor, pétalo, espina y perfume. Jardín, mar, bosque, desierto, glaciar:
paraíso. Calor y frío. Fui castillo, templo, casa, patio, calle, habitación y
cárcel. Felino indomable, o un ave enjaulada. Tuve la forma del viento, lluvia,
rayo de sol; luz de luna. Mi voz fue el silencio, una canción, un poema
susurrado. Ausencia y eternidad. Fui tu compañía cuando la soledad te
emborrachaba. También vicio, droga, desesperación, locura; incienso y
esperanza. Virgen y prostituta amada, según lo requirieras. Fui noche, cama,
sábana; gemido y suspiro. Fui un beso, una caricia. Piernas entrelazadas, bocas
unidas; desnudés total. Risa. Llanto. Maldición y súplica. Todo cuando
deseaste, en eso me convertí yo.
Mas, sigo sin
sentirme real. La habilidad de tomar diversas formas podría ser la causante. Si
no fuese porque veo mi rostro en tus pinturas, creería que soy una simple ilusión.
O que tú eres mi sueño. ¡Incluso llegué a encontrar mis mañas en tus versos!
¡Mi manera de sentir…!
¿Será acaso
que tu arte me otorga la vida?
¿Será acaso
que nací para pertenecerte?
Pero continúo
siendo invisible. Mientras pintas, yo me encuentro sentada en aquel viejo banco
alto. Mi cabello largo cubre la desnudés de mi pecho, la luz del día baña mi
pálida piel y estoy así por horas. Sólo observándote en el más profundo
silencio. El ruido no es capaz de entrar a tu habitación, a nuestra habitación.
“¿Qué has
hecho ahora?” pregunté en una ocasión, cuando al fin te levantaste y bebiste un
poco de vino barato.
No
respondiste. También traté de ponerme en pie, mas tu mirada fría me detuvo.
Supe que no me veías. Ese hielo en tus ojos iba dirigido hacia la nada. Supe
que habías dejado de verme, de necesitarme quizá.
¿Tienes una
nueva “inspiración”? ¿Hay alguien, algo más amado?
La duda me
carcome, me destruye. ¡Pensé en huir! Pero, la noche pasado, cuando cansado
caminaste hacia tu cama, me pregunté qué te tendría tan agotado. Entonces, tus
ojos se nublaron de tristeza. Viste con dolor tu lecho vacío.
¿Necesitas
amar a alguien más tangible?
Dime, si es
así, ¿acaso moriré? Curiosamente, siempre me creí destinada a la inmortalidad.
Mientras
pienso más en ello, menos existo. Cuando regreses, habré desaparecido, ahora lo
sé.
Quisiera
volver a ser tus versos y rimas. Quisiera ser otra vez un poema, un paisaje. Tu
destreza a la hora de pintarme con palabras, tinta, gis, óleo o acuarela me
enamoró. Tu destreza a la hora de dibujarme con una simple caricia… Siempre
exageraste mi belleza, gracias.
Tengo el
consuelo de que no me desvaneceré completamente; seguiré viva, ya sea en una
mancha de tu arte.
Me despido, y firmo con el último suspiro que
todavía puedo entregar.
Tu Musa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario