Estiré mis brazos, como si quisiera alcanzar las gaviotas que sobrevolaban metros arriba. Por un momento, cuando el oleaje se hizo más rudo, pensé que sería arrastrada a las entrañas mismas de mi consejero amigo, pero no fue así. Luego de una breve tempestad que duró menos de dos minutos completos, se relajaron las aguas y regresé a la orilla.
Asombrada, vi las huellas de mis pies.
No eran humanas… eran las de un ave.
Observé mi cuerpo. Mis ropas llegaron en la próxima
ola y quedaron ahí, empapadas. La libreta estaba lejos del agua. Me acerqué a
ella en pasos lentos, era igual a dar pequeños saltos. Mis ojos fueron capaces
de ver todo a su alrededor, una vista de 360 grados.
Parpadeé un poco. Un par de turistas se distinguían
a lo lejos. ¿De verdad estaba volando?
Sin importarme nada, ni siquiera mis memorias, corrí
y alcé el vuelo.
Estiré mis alas… planeé.
He de decir que volar es una experiencia
inigualable. El viento te acaricia sin importarle tu origen. Tú mismo olvidas
las preocupaciones y te concentras en volar más alto. Cada vez más alto.
Mis alas fueron de color blanco. Volé
encima del mar, éste se vio más azul para mí y alcancé a ver mi reflejo en sus
aguas. Un ave, no muy grande, con alas igual a la nieve y los ojos más humanos
que nadie ha poseído. Creo que ni siquiera en mi paraíso fui tan feliz.
Quisiera volver a ser un ave…
He escuchado tanto sobre la libertad y nunca supe cómo
describirla, mas ahora, le puedo otorgar la forma de los sueños. Nunca se es más
libre a cuando se sueña. Porque no hay límite.
Piensen en mí… soñé que era una gaviota.
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